viernes, 28 de septiembre de 2018

Anagnorisis (latín: para darse cuenta)


  
Pasame la sal, le dijo
Y en ese momento  
Ahí, fue eso
me di cuenta
Con tan solo una mirada
Un tono de voz áspero
Como la mancha de vino en una blusa blanca
Sentí un martillo entre las costillas
Ya no se querían


No sé a dónde se fue
Ni como conseguirlo
Solamente entra en un par de ojos
Es un hilo invisible
Si se rompe
Se rompe.

Tener tiempo no es tener aire
No es estar más tranquila
No es descansar los parpados
Reposar boquiabierta en el agua que te quita peso
No es disfrutar
No es fundirte con el cielo
A veces nos sentimos solas
Tener tiempo es ver como todo se mueve
Y vos seguís quieta.


Ph. Nicholas Wilkins


Luciana Rubin
Me gusta que me digan Lu o Luchi. Nací en diciembre del 2000. Escribo porque me encanta leer. La adolescencia me encontró sensible.

martes, 25 de septiembre de 2018

Poemas de amor


*
Nos acostamos para no dormir 

agotados de tomar cerveza 
y de jugar a darnos un beso 
en cada esquina

necesitamos decirnos algo nuevo
las palabras, las de siempre 
parecen minúsculas

creemos entender algo más:
el contacto visual 
nos volvemos un poco transparentes

me decís que mirándote a los ojos 
puedo darme cuenta de todo
del vértigo

tan fácil digo 
que odio que amo 
un perro, una película 
o un pedazo de torta 

lástima que ahora
las únicas palabras
que me animo a pronunciar
te sugieren que apagues la luz

Cosas que no quiero que sepas

1.
Todo lo que lloré
cuando tiré tu cepillo de dientes a la basura
Las cerdas estaban despeinadas
de tanto tiempo de uso 
y al mango le habían salido hongos 
por el abandono.

2.
Encontré una foto instantánea de los dos.
Estaba adentro de una novela como señalador.
Decidí que ese era un buen lugar
para que sigas existiendo
sin que nadie lo sepa.

3.
Pasé en bici por el automac
al que íbamos a bajonear
helado o papitas a las 3 de la mañana
y vi en la fila un auto igual al tuyo. 
No me animé a mirar por la ventanilla.
Pedaleé más rápido.

4.
Caminé por tu barrio,
tu pedacito de capital federal
que antes también era mío.
Ví el auto de tu mamá estacionado,
me crucé con un amigo tuyo,
pasé por la puerta de tu casa
y tus perros me ladraron.




Sol González
De chica pensaba que cumplir 20 años significaba tener la vida resuelta. Ahora que los tengo entiendo que las cosas nunca terminan de resolverse. Aprendí a conformarme con escribir poemas que me ayudan a dar cierres simbólicos a todo lo que queda dando vueltas en mi cabeza y a dejar la psicóloga sin culpa.

martes, 18 de septiembre de 2018

Ese río cuando suena


Ese río cuando suena

Porque al despertarme

Salgo a la galería
de esta casa
construida
sobre la pendiente
a base de piedras y descansos
de verano y lluvia torrencial.
Porque hay
pinos plantados
en la vegetación dura
nacida guacha entre las piedras
un colibrí plateado
que en su madrugada
desayuna unos jazmines.
Porque al despertarme
digo
desde los huesos
que están acá y me sostienen
qué silencio
y tardo en comprender
porqué lo digo
qué silencio
y me pregunto
sin abrir los labios
de qué está hecho.
Quizá
Del canto
de los pájaros
que lo atraviesan
sin romperlo.
Del cielo
cuando quiebra
la negrura de la noche
y amanece.
Del rumor del agua
de ese río
que puedo ver
porque suena.


Leopoldo
Me esperabas
con un pollo al disco
bajo la glicina
la mesa, el mantel floreado, la picada, el sifón, el Gancia
porque la parrilla
siempre fue
tu mejor manera
de decir
al fin llegaste te extrañaba.
No necesito, ahora, cerrar los ojos
para verte
como cada vez que volvía
desde la esquina
ahí, frente a las rejas
parado serio
ansioso
con tu bastón entre las manos
la gorra gris
la de diario
decolorada
luego de que te apagaste
mansamente
bajo el nogal
un mediodía
fue herencia
y aún la uso
cada verano.
Pero tú presencia:
es olor a bagna cauda en semana santa
puteada en piamontés

chorizo a la grasa.



Ph. Yasin Aribuga

Santiago Bessone

Comencé a transitar esta vida entre tradiciones piamontesas, en el comienzo de los años de plomo, cuando las tapas de los diarios hablaban del regreso de Perón y de la guerra de Vietnam. Es de ese pasado, que sigue siendo presente, de donde hoy surgen las palabras que encadeno, como aprendiz de orfebre, en muchos de mis versos.
Dicen, que las palabras, que la escritura, que la poesía, nos salvan. No puedo, aún, dar fe de eso. Pero si puedo afirmar que mi vida sería un poco menos amable sin esas palabras que me vibran en los dedos cuando el poema comienza a asomar como el sol sobre las sierras en donde hace más de cuarenta años mis ojos vieron por primera vez el mundo.



miércoles, 12 de septiembre de 2018

En la foto parece que puedo tenerte

A Coca
1.
Afuera hay un día hermoso.
Acá dentro, un vacío.
La muerte no entra en el cuerpo,
queda flotando en el aire
y uno no sabe qué parte agarrar. 
Estoy lejos 
y no pude despedirte.
A las dos de la tarde salgo en auto 
para llegar directo
a una funeraria. La casa Dri. 
Hay una cascadita allá con ese nombre,
es un lago hermoso a donde íbamos.
Recordá lo lindo, dicen todos, 
pero si me acuerdo 
entro a zambullirme 
en ese lago donde nadamos juntas
y dudo que quiera aprender a flotar. 
No creo más en el cielo abuela 
¿Vuelvo a creer? 
Para pensar que estás viva en alguna parte,
con el abuelo y tu hijo
poniendo la mesa, sirviendo fideos
con esos pelos blancos
que tanta vida llevan.

2.
Hasta hace unos meses

estuvimos zambullidas en el agua.

Ibas con tu gorrita de natación

odiabas los pelos llenos de cloro.

Me sentía una nena abrazada a tu cuello.

En el agua, decías,

las cosas son más livianas.

Después nos sentábamos a merendar

tu toalla violeta atada a la cintura.

Tomabas té con leche

a cuarenta grados a la sombra.

Hay cosas que nunca cambian abuela,

no hace falta.

Este verano voy a ventilar tu silleta

meterme al agua y sentir

que todavía estas en alguna parte.

Sobre todo cuando el sol

encandila el agua.




3.
Estas en la churrasquera de casa

tus ojotas negras pisan

las baldosas de piedras del patio.

La silleta verde y blanca te espera

bajo la sombra del gomero.

En la foto parece que puedo tenerte.

Las cosas tienen forma acá en la tierra

y una vez me dijeron que los que se van

pueden mutarse en las  hojas

que golpean tus hombros.

En la lluvia de hacer barquitos

¿Te acordas cuando los tirábamos

en la calle

y dejábamos que se pierdan?

Quiero que te transformes en mi mano.

Tenerte a vos en la izquierda

y a la abuela en la derecha.

En mis pelos, pueden ser

los mechones que quieran.


En mis ojos, para ver la vida.



Magdalena Giorgio
Nací un 22 de febrero, Concordia, entre dos ríos. Algo de eso quedó en mis ojos . Soy hermana, hija y nieta. Me entrego a la escritura a través de las figuras femeninas de la familia. Escribo sobre mi casa, sus paisajes, sobre la falta. Todo lo que soy se lo debo a ellos.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Cuando morimos nos quedamos en casa




En las tardes de otoño, mi hija y yo
preparamos té de jazmín en una tetera china,
la hoja seca tiene un aroma hermoso, decimos
y nos acercamos para olerla.

La hoja mojada con el agua se transforma,
tiene un color nuevo, como rosado, parece otra.
el agua que pasa por la hoja
con la ligereza con la que el agua atraviesa las cosas,
conoce el reposo.

Hay dos pocillos en la mesa
dorados y rojos,
con el dibujo de un dragón
que con el fuego de su boca
puede calentar el universo
y todo lo que entra en esa taza.

¿Qué es el amor mamá? pregunta mi hija
y me dice que el amor es querer a otro,
quererlo mucho,
que siempre hay otro que te quiere
que el amor no es para siempre,
y que dura el tiempo que estamos vivos.

Después, se acerca
y al oído, bajito, confirma
que me ama todavía porque no murió,
me dice que no tengo que preocuparme
que cuando estemos muertos va a haber otros
viviendo y amando
y que por eso
cuando morimos nos quedamos en casa.