lunes, 29 de mayo de 2017

Consejos para mi madre

Número uno: contemplación.
Descolgar el espejo
llevarlo a la habitación y enfrentar una silla.
Acomodarse allí.
Quitarse la ropa,
por completo.
Le diría que se mire fijo a los ojos,
que se entretenga viendo cómo frunce los labios
cómo se tensionan los muslos
cómo se arquea la espalda.
Nos vemos sumamente hermosas en esos momentos de goce.

Número dos: uso del espacio doméstico.
Usar el grifo del bidet
variar entre agua fría y caliente a gusto.
Recostarse en la bañera con la vulva apuntando a la canilla
 y dejar correr el agua.
Esa acrobacia da lugar a un placer casi insoportable.
Le diría que ese es uno de los rincones que más extraño de la casa familiar.
Que ya que lo tiene ahí, que lo aproveche.

Número tres: descanso.
Pasar las tardes en su cama revuelta entre las sábanas,
abandonada al placer de los pliegues.
Dejar que el olor del propio cuerpo impregne todo.
Dormirse húmeda,
luego de apretar dientes, dedos, párpados
y perforar almohadas.
Le diría que así como las calles y las casas,
las camas son nuestras.

Número cuatro: objetos personales.
Cambiar fármacos por dildos
igual de coloridos, sintéticos y penetrantes.
Canjear los puntos de la tarjeta por un “masajeador personal”.
Tres velocidades, en lo posible.
Vaciar un cajón de la mesa de luz,
tirar recetas de cocina, fotos viejas y facturas de servicios.
Le diría que allí guarde sólo juguetes y aceites
que los tenga a la mano
fáciles de encontrar.

Número cinco: ocio y sanación.
Boca arriba, boca abajo
de costado
o como quiera.
Que lo haga mucho.
Que lo haga por diversión.
Hasta que las articulaciones de la muñeca duelan
o  los ojos ardan de tanto porno en internet.
Que simplemente lo haga
como una forma personal y amorosa de combatir su tristeza.



Laura Milano

Nació en Ceres (Santa Fe), hace 33 años. Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y actualmente es doctoranda en Ciencias Sociales. Publicó el ensayo “USINA POSPORNO: disidencia sexual, arte y autogestión en la pospornografía” (Ed. Título). Investiga sobre arte, sexualidad y activismo; al tiempo que ama profundamente ponerle el cuerpo a todo eso junto. 

Imagen: Frida Castelli


domingo, 7 de mayo de 2017

Agua

Hoy es 11 de Marzo de 1951, y estamos en un pueblo de la Patagonia argentina. Más precisamente, Río Colorado, a 170km de Bahía Blanca.
Hay una pequeña casa, perdiéndose en el campo. La puerta de entrada es de color rojo anaranjado, aunque la pintura está bastante gastada por el tiempo.
Es una mañana soleada y ventosa. En realidad, el viento no dio tregua durante los últimos días, y anoche particularmente parecía  que se venía el fin del mundo.
Ahora, a la luz del sol, las cosas parecen ser otras cosas.
En la habitación hay una cama matrimonial, dos mesas de luz, un ropero medio abierto, un mueble sobre el cual hay dispuestos varios frasquitos y botellas, junto a un jarrón con un ramo de rosas blancas. Una ventana con cortinas floreadas, una alfombra de lana gruesa, un espejo, una pequeña mesita de tres patas sobre la que hay una pipa y un caballo negro de porcelana. Junto a la cama también hay dos sillas. Pero no son de esta habitación, las trajeron anoche del comedor. Y un poco más allá, un bollo de sábanas sucias.
Ahora un hombre entra a la habitación. Le acerca un vaso de agua a ella, a la mujer que está acostada en la cama. Ambos sonríen. Le da un beso. A ella, y también a él, que está en sus brazos.
El hombre sale de la habitación. Sale de la casa.  Y lo vemos irse caminando lentamente.
Si estos últimos segundos que acaban de pasar fueran años, él ahora estaría por cumplir 11.
Sale de la casa, junto a su padre y sus dos hermanos. Atrás queda su madre, con su hermanita en brazos, y los saluda desde la ventana. Toman un sendero que se abre entre los pastizales. Caminan en silencio, cada tanto alguna risa, tres perros los siguen y entre todos forman una especie de manada.
Caminan unos 15, 20 minutos. El sendero se pierde en la orilla del río. Su padre sigue camino, vendrá más tarde a buscarlos.
Él puede ver cada gota de agua, cada hoja que se mueve con el viento. Puede escuchar todos los ruidos. Incluso los ruidos de las cosas que no hacen ruidos. En un instante, se congela una imagen perfecta que sin embargo no está quieta. Algo explota adentro suyo, piensa que este es el momento más feliz de su vida. Se siente poderoso, se siente inmenso.

Los perros entran y salen del agua. Una y otra vez. Nadan, ladran, se sacuden, vuelven a entrar. Una y otra vez. Entran al agua, chapotean, salen, se sacuden. una y otra vez. Entran, salen.





Facundo Arrimada
Soy Facundo Adrián Arrimada y nací en Bahía Blanca. Me gusta moverme entre las cosas y que las cosas se muevan. Observar lo que pasa, ver cómo se va tejiendo todo. Ya casi tengo 30, estudié psicología y danza contemporánea. Quiero seguir compartiendo viajes, ver un paisaje nuevo cada día.