miércoles, 25 de julio de 2018

Deshielo

NADADORA

No te veo
pero escucho que pones la llave en la cerradura.

Cierro los ojos,
soy una nadadora
esperando el sonido de la largada.

Abrís la puerta.

Subo a la plataforma,
piso con decisión.
Ubicó mis pies como me explicaron:
el derecho, bien al borde,
mis dedos como garras
aferrándose;
el izquierdo más atrás,
no apoyo el talón
me sostengo con el empeine.
Mi espalda encorvada.
Mis rodillas flexionadas.

Tiras las llaves al piso,
con fuerza.
El sonido metálico
me avisa que ya te vas.

Me concentro:
soy un cuadrúpedo,
el cuerpo liviano como el de una gacela
que huye de su depredador.

Salís dando un portazo,
mis oídos zumban.

Mi cuerpo se tensa,
se prepara,
respiro profundo.

Escucho el ascensor.
Registro el ruido que hace en cada piso que atraviesa
Para.
Lo abrís y lo cerras rápido.

Me preparo para saltar.

Escucho el golpe seco de la puerta del edificio.

Mis pies se despegan:
estoy en el aire,
voy hacia adelante.
Mi cuerpo está alineado
casi horizontal.
Mis manos tocan el agua primero,
me sumerjo lentamente.
Me doy cuenta que caí,
no me importa,
ya estoy en movimiento.

DESHIELO

Es este corazón que tengo
que bombea sangre por inercia
que tiene un núcleo duro
que guarda escenas sueltas:
como el momento que te dije que no te quería más
y vos respondiste,
sin dejar de mirar la tele,
donde estaban pasando un partido de la B metropolitana,
que no podía ser;
como la tarde de verano cuando te regalé mi libro preferido,
que nunca leíste y que quedó en la biblioteca;
como la noche que nos fuimos a  acostar
sabiendo que era la última vez que íbamos a dormir juntos
uno al lado del otro
como en una coreografía de nado sincronizado,
donde nadie toca a nadie;
y en esa cama
la que compartimos por siete años,
de la que siempre remarcábamos que era buena,
porque el colchón no se hundió.
Ahora, puedo ver cómo la desesperación nos hizo avanzar,
cómo no pasaron desapercibidas las decisiones no tomadas a tiempo.
¿Hubo un hogar en ese espacio que después fue un campo de batalla?
Tal vez solo habíamos levantado una carpa,
que un día se vino abajo,
porque estaba mal armada,
y nos dejó atrapados
ahogándonos entre las lonas
buscando la manera de salir
cada uno por su lado
cada uno como podía.
Así, te vi embalando cualquier cosa,
pero con unas pausas que me enloquecían;
te vi pidiéndome que te de todo: desde los muebles hasta los gatos;
en un mismo mail me pediste las cucharas y los aires acondicionados,
en ese orden.
Me pediste que te devuelva los cds, la tele,
que te de tus recibos de sueldo que había archivado junto a los míos.
Me reclamaste las cartas,
las que después dejaste en tu parte, ya vacía, del placard,
prolijamente apiladas,
desde la primera hasta la última.
Me pediste que me vaya, que vuelva, que te ame y que te odie.
No pude hacer nada.
Me quedé inmóvil, muda.
Viendo como
todo se caía,
como cuando naturalmente un glaciar empieza a romperse:
primero se filtra el agua, después se fractura, luego se desprende una parte.
El hielo se funde
mientras se deja arrastrar por la corriente.

Ph. Chiara Zonca

Mariana Gut

Nací dos días antes del invierno de 1988. Me mudé más de seis veces en estos primeros treinta años. Actualmente vivo en Capital Federal, con tres gatos y un perro - así que no sé cómo es la vida sin pelos en la ropa. No creo en las casualidades.
Escribo cuando no entiendo nada y cuando, creo, entiendo todo.

martes, 24 de julio de 2018

Notas de viaje

I

Brota del océano el día

mis ojos siguen al sol

con sus hilos prematuros

expectantes

alucinados

por el segundo

en que aparezca

la circunferencia

gigante y naranja,

hija

de este mar caliente

el aire blando en la piel

las olas que hablan bajito

sobre la orilla

donde estoy sentada,

una bandada de pájaros

alineados en una v irregular

que planea sobre mi cabeza

en cámara lenta,

la tranquilidad

es de este cielo

entero y descubierto,

así mi alma viaja estos días

entera y descubierta,

entre el mar y la montaña

la montaña cruje selva

firme sostiene mi espalda

la arena tapa mis pies

una mariposa

vuela,

así mi alma viaja.


II

Desde el mar

en frente mío la montaña.

La montaña.

Sus miles de árboles

diminutos a mi vista

son inmensos,

sus caminos cuevas ríos

ciempiés hongos

hormigas

toda la vida,

que desde lejos no veo

y algo en mi cuerpo

roza

fuera y dentro

puedo sentirlo,

es su fuerza

que empuja y alienta

a mis sentidos

alertas

por las ganas de abrirse 

y de alguna manera,

la justa,

recibo

eso

sin nombre

que ella me da.




Ph: Luca Galavotti




Eliana Tomassini
Soy Eli Tomassini. Me llamo Eliana pero desde hace unos ratos soy Eli a secas y mojadas. 

miércoles, 18 de julio de 2018

Que todo ya esté hecho


Me besó como nunca antes,
sé que no quiere volver a hacerlo,
se va a morir hoy, tal vez mañana,
en realidad desconoce,
lo que más quiere es morir,
que ya esté hecho su funeral,
que los familiares hayan hecho el duelo.
Me besó pensando: que esta mujer ya esté besada,
que todo
ya esté hecho.





Ph: Thomas Brown

Laura Martín

Nací en 1978, en Buenos Aires. Estudié psicología porque me interesa tomar contacto con el padecimiento humano, el propio y el del otro. Trabajo en salud pública en una villa de la Ciudad de Buenos Aires. Empecé a escribir a mis doce años en la Olivetti de mi mamá, para hacer algo con la inundación que significó mi pubertad.  Luego por un largo tiempo no escribí y hace un año una nueva inundación reavivó mi deseo. Escribo intentando dar forma a las experiencias que me conmueven. Escribir es para mí rotundamente autobiográfico.

miércoles, 11 de julio de 2018

Hija todo no se puede

Ahora qué

Te enamoraste de otra.
Me quedé sentada
en la silla del patio
diez minutos mirando la pared blanca recién pintada

Me fumé tres cigarrillos
seguidos
apoyé la cabeza sobre la mesa
Me paré,
fui a buscar la ropa sucia y la metí en el lavarropas
negro y cosas de color
medias, bombachas, un short, algunas remeras,
una hora y media de lavado.

Busqué respuestas en los pensamientos más racionales que tengo
Fracasé

No prendí el porro.
Lavé los platos. Una fuente impregnada en aceite que resistía en la mesada
La taza del desayuno
El filtro de café
Saqué la bolsa de basura del baño,
barrí el piso de mi cuarto. Hice la cama.
Le contesté un mensaje a una amiga “dale, vení”

No comí,
terminó el lavado,
no colgué la ropa húmeda.

Lo que da miedo del amor

Lo dice mi hermana, me pasó lo que da miedo del amor. Me lo dice en la playa con la piel en la arena y el sol en los ojos. No sé bien qué quiere decir.

Analogías del mar
que te tiren de la cresta de la ola
El vértigo cumplido. Caer desde lo alto al agua: si son más de 50 metros equivale a una superficie sólida. Caer y romperse el corazón contra el asfalto, que la sangre se derrame en el piso.

Apretar fuerte los dientes,
masticar arena,
sentir la sangre amarga.

Lo que da miedo del amor / vos no te enamoraste de mí.








Rocío Varela

Nací en otoño de 1991, en Chacarita, Buenos Aires.
Sueño un montón. Empiezo muchas cosas y termino pocas. Mi gata es mi aliada. Me gusta más lo salado que lo dulce y el calor antes que el frío. Escribir y experimentar con la fotografía se está convirtiendo- para mi- en una nueva manera de transitar el mundo, no sin dolor pero más sincera.