miércoles, 7 de diciembre de 2016

(muchacha en la ventana de Dalí)
Quisiera un cuarto
amarrado al muelle
con ventana hacia el centro del mar.
Por las mañanas hundir la nariz en aire húmedo
escuchar el bullicio ceceante
del agua mansa
impregnada de luz,
perder el horizonte de bruma en la tarde
Unas cortinas translúcidas que el viento embolse
y rocen mi cara de tanto en tanto.
A lo lejos un velero y la ciudad a la que no pertenezco.
Un camisón cómodo a rayas azules
por si quiero morir de agotamiento.
Y por último un pañuelo de seda blanco
que siempre corra peligro de levantar vuelo.








(Pintor y modelo, de Lucien Freud)
Por dónde comenzar a mirar
sino por sus ojos.
Un dibujo apenas esbozado
cuelga en la pared descascarada.
Contra una esquina
el viejo diván de cuero marrón
ya no esconde sus llagas.
Grandes y rígidos botones
vuelven incómodo al cuerpo.
Él reposa allí, acostado a lo largo
desnudo, con las piernas abiertas
el sexo blando,
tieso y helado como un muerto.
Ella parece ausente pero está de pie
a tan solo unos pasos
Viste una túnica larga color sangre
empastada de manchas de óleo furiosas
de quién está apurado por terminar lo que empezó.
Sostiene con sus manos pulcras
el arma del pintor,
con la vergüenza indigna de cualquier asesino,
inmóvil, traga saliva.
Sus pies desalineados
pisan desparramando sobre el parquet
el pomo verde vejiga,
sin siquiera advertirlo.
Todo tiene su lugar para la pericia del espectador
como si fuera más fácil
observar la desnudez que estar desnudo.





Lucía Bellusci
Nació un viernes 15, de otoño en Buenos Aires. Tiene al planeta de lo profundo en el planeta de lo profundo. Curiosa e inquieta vive en búsqueda artística permanente, que es lo único que la mantiene a salvo.