lunes, 8 de octubre de 2018

Ya lo sé abuela


Mi abuela quiere que vayamos a la plaza peligrosa.
Queda a una cuadra y tiene una jaula gigante con 4 pisos. Yo me tiro por el palo enmantecado del tercero. Me golpeo contra el suelo cuando llego abajo.
No lloro.
Te vas a golpear así, tenés que agarrarte mejor, me dice.
Ella siempre quiere que vaya para adelante, si me caigo, tengo que pasar de nuevo por el mismo lugar pero esta vez sin errores.
Si no puedo subir a un árbol tengo que aprender.
Intento y me raspo.
No lloro.

Me explica que las vías del tren son paralelas.
Ya lo sé, abuela.
Porque tenés que saberlo todo, me dice.
Ya lo sé todo, abuela, le digo.
Dice que las montañas son altas y empinadas, y las sierras más bajas y redondeadas.
Ya lo sé, abuela.

Me enseña que no tengo que tenerle miedo al error, porque es lo más humano del mundo.
Tengo diez años. Todos los mediodías tengo que repetirle sin equivocarme las calles desde el bajo hasta Flores: Balcarce, Defensa, Bolivar, Perú, Chacabuco, Piedras, y sigo.
Ya las sé, abuela.

Mi abuela dice que me parezco a ella.
Ya lo sé, abuela.

Tengo 14 años y escribo haikus.
Almorzamos juntas  y me pide que invente uno sobre ella. Si no es un poema puede ser otra cosa, me dice.
A veces le escribo cartas, cuentos o poema. Pero no sé bien.
Tenés que aprender si no sabes, me dice.
Que me diga eso me hace llorar.
Abuela, es distinta la imaginación, le digo.

Un día vas a escribir un libro sobre nuestras noches durmiendo en el piso, trepando un árbol, dibujando juntas, hablándole a desconocidos por la calle para que nos digan qué significa para ellos tus sueños,  me dice.
Ya lo sé, abuela.



Andrea Gaetano
Soy Andre Gaetano, fotógrafa. Siento que a veces lo visual no me alcanza. Es ahí cuando empiezo a usar la escritura como herramienta para atravesar la vida.


Ph. Andre Gaetano

viernes, 28 de septiembre de 2018

Anagnorisis (latín: para darse cuenta)


  
Pasame la sal, le dijo
Y en ese momento  
Ahí, fue eso
me di cuenta
Con tan solo una mirada
Un tono de voz áspero
Como la mancha de vino en una blusa blanca
Sentí un martillo entre las costillas
Ya no se querían


No sé a dónde se fue
Ni como conseguirlo
Solamente entra en un par de ojos
Es un hilo invisible
Si se rompe
Se rompe.

Tener tiempo no es tener aire
No es estar más tranquila
No es descansar los parpados
Reposar boquiabierta en el agua que te quita peso
No es disfrutar
No es fundirte con el cielo
A veces nos sentimos solas
Tener tiempo es ver como todo se mueve
Y vos seguís quieta.


Ph. Nicholas Wilkins


Luciana Rubin
Me gusta que me digan Lu o Luchi. Nací en diciembre del 2000. Escribo porque me encanta leer. La adolescencia me encontró sensible.

martes, 25 de septiembre de 2018

Poemas de amor


*
Nos acostamos para no dormir 

agotados de tomar cerveza 
y de jugar a darnos un beso 
en cada esquina

necesitamos decirnos algo nuevo
las palabras, las de siempre 
parecen minúsculas

creemos entender algo más:
el contacto visual 
nos volvemos un poco transparentes

me decís que mirándote a los ojos 
puedo darme cuenta de todo
del vértigo

tan fácil digo 
que odio que amo 
un perro, una película 
o un pedazo de torta 

lástima que ahora
las únicas palabras
que me animo a pronunciar
te sugieren que apagues la luz

Cosas que no quiero que sepas

1.
Todo lo que lloré
cuando tiré tu cepillo de dientes a la basura
Las cerdas estaban despeinadas
de tanto tiempo de uso 
y al mango le habían salido hongos 
por el abandono.

2.
Encontré una foto instantánea de los dos.
Estaba adentro de una novela como señalador.
Decidí que ese era un buen lugar
para que sigas existiendo
sin que nadie lo sepa.

3.
Pasé en bici por el automac
al que íbamos a bajonear
helado o papitas a las 3 de la mañana
y vi en la fila un auto igual al tuyo. 
No me animé a mirar por la ventanilla.
Pedaleé más rápido.

4.
Caminé por tu barrio,
tu pedacito de capital federal
que antes también era mío.
Ví el auto de tu mamá estacionado,
me crucé con un amigo tuyo,
pasé por la puerta de tu casa
y tus perros me ladraron.




Sol González
De chica pensaba que cumplir 20 años significaba tener la vida resuelta. Ahora que los tengo entiendo que las cosas nunca terminan de resolverse. Aprendí a conformarme con escribir poemas que me ayudan a dar cierres simbólicos a todo lo que queda dando vueltas en mi cabeza y a dejar la psicóloga sin culpa.

martes, 18 de septiembre de 2018

Ese río cuando suena


Ese río cuando suena

Porque al despertarme

Salgo a la galería
de esta casa
construida
sobre la pendiente
a base de piedras y descansos
de verano y lluvia torrencial.
Porque hay
pinos plantados
en la vegetación dura
nacida guacha entre las piedras
un colibrí plateado
que en su madrugada
desayuna unos jazmines.
Porque al despertarme
digo
desde los huesos
que están acá y me sostienen
qué silencio
y tardo en comprender
porqué lo digo
qué silencio
y me pregunto
sin abrir los labios
de qué está hecho.
Quizá
Del canto
de los pájaros
que lo atraviesan
sin romperlo.
Del cielo
cuando quiebra
la negrura de la noche
y amanece.
Del rumor del agua
de ese río
que puedo ver
porque suena.


Leopoldo
Me esperabas
con un pollo al disco
bajo la glicina
la mesa, el mantel floreado, la picada, el sifón, el Gancia
porque la parrilla
siempre fue
tu mejor manera
de decir
al fin llegaste te extrañaba.
No necesito, ahora, cerrar los ojos
para verte
como cada vez que volvía
desde la esquina
ahí, frente a las rejas
parado serio
ansioso
con tu bastón entre las manos
la gorra gris
la de diario
decolorada
luego de que te apagaste
mansamente
bajo el nogal
un mediodía
fue herencia
y aún la uso
cada verano.
Pero tú presencia:
es olor a bagna cauda en semana santa
puteada en piamontés

chorizo a la grasa.



Ph. Yasin Aribuga

Santiago Bessone

Comencé a transitar esta vida entre tradiciones piamontesas, en el comienzo de los años de plomo, cuando las tapas de los diarios hablaban del regreso de Perón y de la guerra de Vietnam. Es de ese pasado, que sigue siendo presente, de donde hoy surgen las palabras que encadeno, como aprendiz de orfebre, en muchos de mis versos.
Dicen, que las palabras, que la escritura, que la poesía, nos salvan. No puedo, aún, dar fe de eso. Pero si puedo afirmar que mi vida sería un poco menos amable sin esas palabras que me vibran en los dedos cuando el poema comienza a asomar como el sol sobre las sierras en donde hace más de cuarenta años mis ojos vieron por primera vez el mundo.



miércoles, 12 de septiembre de 2018

En la foto parece que puedo tenerte

A Coca
1.
Afuera hay un día hermoso.
Acá dentro, un vacío.
La muerte no entra en el cuerpo,
queda flotando en el aire
y uno no sabe qué parte agarrar. 
Estoy lejos 
y no pude despedirte.
A las dos de la tarde salgo en auto 
para llegar directo
a una funeraria. La casa Dri. 
Hay una cascadita allá con ese nombre,
es un lago hermoso a donde íbamos.
Recordá lo lindo, dicen todos, 
pero si me acuerdo 
entro a zambullirme 
en ese lago donde nadamos juntas
y dudo que quiera aprender a flotar. 
No creo más en el cielo abuela 
¿Vuelvo a creer? 
Para pensar que estás viva en alguna parte,
con el abuelo y tu hijo
poniendo la mesa, sirviendo fideos
con esos pelos blancos
que tanta vida llevan.

2.
Hasta hace unos meses

estuvimos zambullidas en el agua.

Ibas con tu gorrita de natación

odiabas los pelos llenos de cloro.

Me sentía una nena abrazada a tu cuello.

En el agua, decías,

las cosas son más livianas.

Después nos sentábamos a merendar

tu toalla violeta atada a la cintura.

Tomabas té con leche

a cuarenta grados a la sombra.

Hay cosas que nunca cambian abuela,

no hace falta.

Este verano voy a ventilar tu silleta

meterme al agua y sentir

que todavía estas en alguna parte.

Sobre todo cuando el sol

encandila el agua.




3.
Estas en la churrasquera de casa

tus ojotas negras pisan

las baldosas de piedras del patio.

La silleta verde y blanca te espera

bajo la sombra del gomero.

En la foto parece que puedo tenerte.

Las cosas tienen forma acá en la tierra

y una vez me dijeron que los que se van

pueden mutarse en las  hojas

que golpean tus hombros.

En la lluvia de hacer barquitos

¿Te acordas cuando los tirábamos

en la calle

y dejábamos que se pierdan?

Quiero que te transformes en mi mano.

Tenerte a vos en la izquierda

y a la abuela en la derecha.

En mis pelos, pueden ser

los mechones que quieran.


En mis ojos, para ver la vida.



Magdalena Giorgio
Nací un 22 de febrero, Concordia, entre dos ríos. Algo de eso quedó en mis ojos . Soy hermana, hija y nieta. Me entrego a la escritura a través de las figuras femeninas de la familia. Escribo sobre mi casa, sus paisajes, sobre la falta. Todo lo que soy se lo debo a ellos.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Cuando morimos nos quedamos en casa




En las tardes de otoño, mi hija y yo
preparamos té de jazmín en una tetera china,
la hoja seca tiene un aroma hermoso, decimos
y nos acercamos para olerla.

La hoja mojada con el agua se transforma,
tiene un color nuevo, como rosado, parece otra.
el agua que pasa por la hoja
con la ligereza con la que el agua atraviesa las cosas,
conoce el reposo.

Hay dos pocillos en la mesa
dorados y rojos,
con el dibujo de un dragón
que con el fuego de su boca
puede calentar el universo
y todo lo que entra en esa taza.

¿Qué es el amor mamá? pregunta mi hija
y me dice que el amor es querer a otro,
quererlo mucho,
que siempre hay otro que te quiere
que el amor no es para siempre,
y que dura el tiempo que estamos vivos.

Después, se acerca
y al oído, bajito, confirma
que me ama todavía porque no murió,
me dice que no tengo que preocuparme
que cuando estemos muertos va a haber otros
viviendo y amando
y que por eso
cuando morimos nos quedamos en casa.



lunes, 13 de agosto de 2018

Lobo de mar

Salina me regaló una vela con forma de conejo. Un farol de kerosene y diez velas cilíndricas, casi blancas, iluminan mi rancho por las noches. El conejo era amarillo, tenía la panza y el interior de las orejas celestes, como los ojos. Colores pastel, pensados para conmover niñas. Me miraba como si yo fuera su mamá. Fui con la vela a la playa y a las rocas para presentarle a los cangrejos. -Hay que agarrarlos por el caparazón así no llegan con las pinzas a pellizcar-. Se los mostraba al conejo y los devolvía al agua. Los cangrejos caen despacio, oscilando. La caída se dilata. Ellos son ansiosos, mueven las patitas como si corrieran, pero no logran alterar la lentitud del descenso. Pelean contra la calma del agua, contra su propio peso, la gravedad, el tiempo, hasta que llegan al piso de arena o roca. Son más livianos de lo que quisieran, son plumas malhumoradas. *** A casi todos los cangrejos les falta alguna pata, las pinzas en el peor de los casos. Heridas pasionales. *** El cangrejo me clava la mirada, saca espuma por la boca y abre las pinzas. Después las sacude en el aire tratando de agarrarme. Se lo muestro al conejo y lo apoyo en la superficie del agua, como si fuera sólida, para verlo caer. *** Al fin oscureció y pude prenderlo. Un farol de kerosene, nueve velas y un conejo brillante nos iluminaron por tres noches. Me miraba como si yo fuera su mamá, mientras se le derretía la cabeza. *** Ya no tenía cabeza, pero todavía me miraba. Desde su pancita celeste me miraba.


Ph. Antonella Casanova


Olivia Milberg
Nació el 14 de mayo de 1992.
Actualmente está trabajando en su primer libro de poemas, Lobo de mar.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Las plantas y otros poemas

Las plantas

A Celsa
le gustaban las plantas,
la casa llena de macetas.
Tendría que haber tenido un fondo,
un jardín.
Pero tenía un pequeño patio 
con plantas que preferían poco sol,
plantas de interior.
Me decía que les pase un algodón con leche, 
los potus quedaban brillosos.
En la terraza tenía fuentones 
con lechuga, coles, radicheta
que cortaba en el momento adecuado
envolvía en diario y
guardaba en la heladera.
Tenía miles de secretos para conservar todas las cosas.
El tacho de 20 litros, 
esos que son de aceite pero
con tierra hasta arriba, 
con un limonero que se llenaba de bichos, 
le tiraba agua con tabaco para que se cure.
A la planta de moras se la comieron las hormigas. 
Se enojó tanto que la prendió fuego con hormigas y todo.
Yo me enojé con ella porque me gustaba comer los frutos.
Muchas veces le regalaban plantas para el cumpleaños.
La última se la dimos con Mariano, un lazo de amor.
Ella nos había dado 
unos meses antes de morir,
una planta de guayaba
La preferida de mi hija,
que ahora crece en mi patio.



La madre de mi abuela

Jesusa Rodríguez Caamaño,
hija de José y Carmen.
Se sentaba al sol
en el medio del campo 
se levantaba la pollera,
dejaba su vientre 
al descubierto 
para que los rayos 
alivien el dolor, 
para que sequen la herida.
tenía tres nenas 
que la miraban ahí sentada y
un hijo varón al que le puso 
José en honor a los dos abuelos.
¿Abuela, qué recordás de tu mamá? 
La voz, me dice, 
¿era linda? 
Sí, era joven, era buena.
Mi abuela no se acuerda 
mucho de su madre, 
casi nunca habla de ella,
tampoco tiene fotos.
A los 38 años a Jesusa 
el bicho voraz la mato.
El gran amigo de mi abuela 
al que siempre le reza 
le llevó a su madre.



Ph. Lila Lee

Romina Albertini
Nací en octubre, escorpiana. Crecí en Lanús. Soy chef, pastelera, sushigirl, bartender. 
Patinadora artística los días sábados. 
Hablo 4 idiomas, estudie fotografía, Joyería  y mordería industrial...suena a mucho pero no es tanto. 
Mi motor mis dos hijos Sol y Joaco. Tengo un compañero y gran amor, Mariano. 
Dos perros, dos gatas. 
Criada por mis abuelos maternos teniendo padres. 
Escribiendo para hablar conmigo misma, entenderme, sacar y curar.

miércoles, 25 de julio de 2018

Deshielo

NADADORA

No te veo
pero escucho que pones la llave en la cerradura.

Cierro los ojos,
soy una nadadora
esperando el sonido de la largada.

Abrís la puerta.

Subo a la plataforma,
piso con decisión.
Ubicó mis pies como me explicaron:
el derecho, bien al borde,
mis dedos como garras
aferrándose;
el izquierdo más atrás,
no apoyo el talón
me sostengo con el empeine.
Mi espalda encorvada.
Mis rodillas flexionadas.

Tiras las llaves al piso,
con fuerza.
El sonido metálico
me avisa que ya te vas.

Me concentro:
soy un cuadrúpedo,
el cuerpo liviano como el de una gacela
que huye de su depredador.

Salís dando un portazo,
mis oídos zumban.

Mi cuerpo se tensa,
se prepara,
respiro profundo.

Escucho el ascensor.
Registro el ruido que hace en cada piso que atraviesa
Para.
Lo abrís y lo cerras rápido.

Me preparo para saltar.

Escucho el golpe seco de la puerta del edificio.

Mis pies se despegan:
estoy en el aire,
voy hacia adelante.
Mi cuerpo está alineado
casi horizontal.
Mis manos tocan el agua primero,
me sumerjo lentamente.
Me doy cuenta que caí,
no me importa,
ya estoy en movimiento.

DESHIELO

Es este corazón que tengo
que bombea sangre por inercia
que tiene un núcleo duro
que guarda escenas sueltas:
como el momento que te dije que no te quería más
y vos respondiste,
sin dejar de mirar la tele,
donde estaban pasando un partido de la B metropolitana,
que no podía ser;
como la tarde de verano cuando te regalé mi libro preferido,
que nunca leíste y que quedó en la biblioteca;
como la noche que nos fuimos a  acostar
sabiendo que era la última vez que íbamos a dormir juntos
uno al lado del otro
como en una coreografía de nado sincronizado,
donde nadie toca a nadie;
y en esa cama
la que compartimos por siete años,
de la que siempre remarcábamos que era buena,
porque el colchón no se hundió.
Ahora, puedo ver cómo la desesperación nos hizo avanzar,
cómo no pasaron desapercibidas las decisiones no tomadas a tiempo.
¿Hubo un hogar en ese espacio que después fue un campo de batalla?
Tal vez solo habíamos levantado una carpa,
que un día se vino abajo,
porque estaba mal armada,
y nos dejó atrapados
ahogándonos entre las lonas
buscando la manera de salir
cada uno por su lado
cada uno como podía.
Así, te vi embalando cualquier cosa,
pero con unas pausas que me enloquecían;
te vi pidiéndome que te de todo: desde los muebles hasta los gatos;
en un mismo mail me pediste las cucharas y los aires acondicionados,
en ese orden.
Me pediste que te devuelva los cds, la tele,
que te de tus recibos de sueldo que había archivado junto a los míos.
Me reclamaste las cartas,
las que después dejaste en tu parte, ya vacía, del placard,
prolijamente apiladas,
desde la primera hasta la última.
Me pediste que me vaya, que vuelva, que te ame y que te odie.
No pude hacer nada.
Me quedé inmóvil, muda.
Viendo como
todo se caía,
como cuando naturalmente un glaciar empieza a romperse:
primero se filtra el agua, después se fractura, luego se desprende una parte.
El hielo se funde
mientras se deja arrastrar por la corriente.

Ph. Chiara Zonca

Mariana Gut

Nací dos días antes del invierno de 1988. Me mudé más de seis veces en estos primeros treinta años. Actualmente vivo en Capital Federal, con tres gatos y un perro - así que no sé cómo es la vida sin pelos en la ropa. No creo en las casualidades.
Escribo cuando no entiendo nada y cuando, creo, entiendo todo.

martes, 24 de julio de 2018

Notas de viaje

I

Brota del océano el día

mis ojos siguen al sol

con sus hilos prematuros

expectantes

alucinados

por el segundo

en que aparezca

la circunferencia

gigante y naranja,

hija

de este mar caliente

el aire blando en la piel

las olas que hablan bajito

sobre la orilla

donde estoy sentada,

una bandada de pájaros

alineados en una v irregular

que planea sobre mi cabeza

en cámara lenta,

la tranquilidad

es de este cielo

entero y descubierto,

así mi alma viaja estos días

entera y descubierta,

entre el mar y la montaña

la montaña cruje selva

firme sostiene mi espalda

la arena tapa mis pies

una mariposa

vuela,

así mi alma viaja.


II

Desde el mar

en frente mío la montaña.

La montaña.

Sus miles de árboles

diminutos a mi vista

son inmensos,

sus caminos cuevas ríos

ciempiés hongos

hormigas

toda la vida,

que desde lejos no veo

y algo en mi cuerpo

roza

fuera y dentro

puedo sentirlo,

es su fuerza

que empuja y alienta

a mis sentidos

alertas

por las ganas de abrirse 

y de alguna manera,

la justa,

recibo

eso

sin nombre

que ella me da.




Ph: Luca Galavotti




Eliana Tomassini
Soy Eli Tomassini. Me llamo Eliana pero desde hace unos ratos soy Eli a secas y mojadas. 

miércoles, 18 de julio de 2018

Que todo ya esté hecho


Me besó como nunca antes,
sé que no quiere volver a hacerlo,
se va a morir hoy, tal vez mañana,
en realidad desconoce,
lo que más quiere es morir,
que ya esté hecho su funeral,
que los familiares hayan hecho el duelo.
Me besó pensando: que esta mujer ya esté besada,
que todo
ya esté hecho.





Ph: Thomas Brown

Laura Martín

Nací en 1978, en Buenos Aires. Estudié psicología porque me interesa tomar contacto con el padecimiento humano, el propio y el del otro. Trabajo en salud pública en una villa de la Ciudad de Buenos Aires. Empecé a escribir a mis doce años en la Olivetti de mi mamá, para hacer algo con la inundación que significó mi pubertad.  Luego por un largo tiempo no escribí y hace un año una nueva inundación reavivó mi deseo. Escribo intentando dar forma a las experiencias que me conmueven. Escribir es para mí rotundamente autobiográfico.

miércoles, 11 de julio de 2018

Hija todo no se puede

Ahora qué

Te enamoraste de otra.
Me quedé sentada
en la silla del patio
diez minutos mirando la pared blanca recién pintada

Me fumé tres cigarrillos
seguidos
apoyé la cabeza sobre la mesa
Me paré,
fui a buscar la ropa sucia y la metí en el lavarropas
negro y cosas de color
medias, bombachas, un short, algunas remeras,
una hora y media de lavado.

Busqué respuestas en los pensamientos más racionales que tengo
Fracasé

No prendí el porro.
Lavé los platos. Una fuente impregnada en aceite que resistía en la mesada
La taza del desayuno
El filtro de café
Saqué la bolsa de basura del baño,
barrí el piso de mi cuarto. Hice la cama.
Le contesté un mensaje a una amiga “dale, vení”

No comí,
terminó el lavado,
no colgué la ropa húmeda.

Lo que da miedo del amor

Lo dice mi hermana, me pasó lo que da miedo del amor. Me lo dice en la playa con la piel en la arena y el sol en los ojos. No sé bien qué quiere decir.

Analogías del mar
que te tiren de la cresta de la ola
El vértigo cumplido. Caer desde lo alto al agua: si son más de 50 metros equivale a una superficie sólida. Caer y romperse el corazón contra el asfalto, que la sangre se derrame en el piso.

Apretar fuerte los dientes,
masticar arena,
sentir la sangre amarga.

Lo que da miedo del amor / vos no te enamoraste de mí.








Rocío Varela

Nací en otoño de 1991, en Chacarita, Buenos Aires.
Sueño un montón. Empiezo muchas cosas y termino pocas. Mi gata es mi aliada. Me gusta más lo salado que lo dulce y el calor antes que el frío. Escribir y experimentar con la fotografía se está convirtiendo- para mi- en una nueva manera de transitar el mundo, no sin dolor pero más sincera.

viernes, 22 de junio de 2018

Homenaje

Llovia a cántaros.
Iban diez días sin sol y ese fin de semana pensé en despedirte,
pensé en usar la tormenta
los feriados
pensé en lavar igual la ropa
pensé en colgarla afuera.
Homenajear la tormenta
tirarme en un charco
usar zapatos embarrados,
hacer con las manos un pozo en la tierra.

Lloré día y medio.
Cambié de lugar mi cama
enceré la madera de mí mesa de luz
tiré cosas viejas:
un dibujo de un novio de hace años
bombachas que ya no uso
y los tickets de las compras de esa semana.
Hice un pequeño bolso y me fui dos días.
Allá hablé poco, miré correr el río imparable
también mire cada nube que se movía dejando ver otra cosa
y el vuelo sin aleteo 
de algunos pájaros.
Me hizo bien ver los huecos tambien allá arriba.
Y esa noche que volví, vos también.
Viniste hablando de caminatas, de la llovizna, que ya era leve... 
Y terminamos comprando pizza
nos miramos y entonces te quedaste,
todavia prefiero no saber por qué.
Entonces esa noche
algunas piedras se corrieron
el dique empezó a filtrar
la casa se convirtió en océano
y tus manos en mí panza, tú pecho en mí espalda, tu sexo en mis glúteos.
Fuimos peces
yo creo que fuimos peces pájaro,
o peces hombre, abriendo huecos
o peces mujer 
cuando miramos el sol a la mañana siguiente
y todos los caracoles debajo titilaban como estrellas
que pudimos pisar
estrellas que guardamos.
Fuimos nadadores de aguas abiertas esa noche
fuimos focas desvanecidas en la orilla
cuerpos desplomados hundiendose en la arena.
Y fuimos tambien esa espuma
que se levanta del agua 
cuando choca en la piedra
y tuvimos la fuerza que tiene el mar cuando se chupa hacia adentro.


PH: M. Lucia Andreacchio

Sofia Cavanna
Nací un viernes de octubre en el 93, primavera. 
Me crié en las afueras de Buenos Aires rodeada de mucho pasto, barro y árboles grandes. Soy hermana mayor. 
En cuanto a estudios formales no terminé ninguno de los que empecé, pero todos me ayudaron a abrir caminos que hoy sigo transitando de manera distinta. 
Dibujo desde siempre y escribo desde la adolescencia, cuando lo descubri como una forma de acercarme a lo que amo.
Eso es lo que me sostiene.
Escribir para mi es una forma de reconocer, de agradecer lo que me rodea.