lunes, 13 de agosto de 2018

Lobo de mar

Salina me regaló una vela con forma de conejo. Un farol de kerosene y diez velas cilíndricas, casi blancas, iluminan mi rancho por las noches. El conejo era amarillo, tenía la panza y el interior de las orejas celestes, como los ojos. Colores pastel, pensados para conmover niñas. Me miraba como si yo fuera su mamá. Fui con la vela a la playa y a las rocas para presentarle a los cangrejos. -Hay que agarrarlos por el caparazón así no llegan con las pinzas a pellizcar-. Se los mostraba al conejo y los devolvía al agua. Los cangrejos caen despacio, oscilando. La caída se dilata. Ellos son ansiosos, mueven las patitas como si corrieran, pero no logran alterar la lentitud del descenso. Pelean contra la calma del agua, contra su propio peso, la gravedad, el tiempo, hasta que llegan al piso de arena o roca. Son más livianos de lo que quisieran, son plumas malhumoradas. *** A casi todos los cangrejos les falta alguna pata, las pinzas en el peor de los casos. Heridas pasionales. *** El cangrejo me clava la mirada, saca espuma por la boca y abre las pinzas. Después las sacude en el aire tratando de agarrarme. Se lo muestro al conejo y lo apoyo en la superficie del agua, como si fuera sólida, para verlo caer. *** Al fin oscureció y pude prenderlo. Un farol de kerosene, nueve velas y un conejo brillante nos iluminaron por tres noches. Me miraba como si yo fuera su mamá, mientras se le derretía la cabeza. *** Ya no tenía cabeza, pero todavía me miraba. Desde su pancita celeste me miraba.


Ph. Antonella Casanova


Olivia Milberg
Nació el 14 de mayo de 1992.
Actualmente está trabajando en su primer libro de poemas, Lobo de mar.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Las plantas y otros poemas

Las plantas

A Celsa
le gustaban las plantas,
la casa llena de macetas.
Tendría que haber tenido un fondo,
un jardín.
Pero tenía un pequeño patio 
con plantas que preferían poco sol,
plantas de interior.
Me decía que les pase un algodón con leche, 
los potus quedaban brillosos.
En la terraza tenía fuentones 
con lechuga, coles, radicheta
que cortaba en el momento adecuado
envolvía en diario y
guardaba en la heladera.
Tenía miles de secretos para conservar todas las cosas.
El tacho de 20 litros, 
esos que son de aceite pero
con tierra hasta arriba, 
con un limonero que se llenaba de bichos, 
le tiraba agua con tabaco para que se cure.
A la planta de moras se la comieron las hormigas. 
Se enojó tanto que la prendió fuego con hormigas y todo.
Yo me enojé con ella porque me gustaba comer los frutos.
Muchas veces le regalaban plantas para el cumpleaños.
La última se la dimos con Mariano, un lazo de amor.
Ella nos había dado 
unos meses antes de morir,
una planta de guayaba
La preferida de mi hija,
que ahora crece en mi patio.



La madre de mi abuela

Jesusa Rodríguez Caamaño,
hija de José y Carmen.
Se sentaba al sol
en el medio del campo 
se levantaba la pollera,
dejaba su vientre 
al descubierto 
para que los rayos 
alivien el dolor, 
para que sequen la herida.
tenía tres nenas 
que la miraban ahí sentada y
un hijo varón al que le puso 
José en honor a los dos abuelos.
¿Abuela, qué recordás de tu mamá? 
La voz, me dice, 
¿era linda? 
Sí, era joven, era buena.
Mi abuela no se acuerda 
mucho de su madre, 
casi nunca habla de ella,
tampoco tiene fotos.
A los 38 años a Jesusa 
el bicho voraz la mato.
El gran amigo de mi abuela 
al que siempre le reza 
le llevó a su madre.



Ph. Lila Lee

Romina Albertini
Nací en octubre, escorpiana. Crecí en Lanús. Soy chef, pastelera, sushigirl, bartender. 
Patinadora artística los días sábados. 
Hablo 4 idiomas, estudie fotografía, Joyería  y mordería industrial...suena a mucho pero no es tanto. 
Mi motor mis dos hijos Sol y Joaco. Tengo un compañero y gran amor, Mariano. 
Dos perros, dos gatas. 
Criada por mis abuelos maternos teniendo padres. 
Escribiendo para hablar conmigo misma, entenderme, sacar y curar.