miércoles, 14 de febrero de 2018

El pino

Mamá me había dicho
por teléfono
hace unos meses
que las raíces del árbol
le habían empezado a levantar
el piso de la casa.
Que cómo no sacarlo
si primero es el patio,
después la cocina,
y así.
Mandó que lo arrancaran de cuajo
tiempo después.
Hace poco la volví a llamar
y hablando
de una cosa y de otra
me contó que hay un pájaro,
uno chiquitito,
que vuelve todos los días
buscando el nido.
Que se para en las rejas negras
y mira
para un lado y para el otro
con movimientos cortos.
Lo dice y su voz
me hace ir hasta allá,
a nuestra casa del sur.
Antes de cortar la llamada me confiesa
que al regar el pasto de noche
aún se siente
el olor a pino en el aire.


90 grados

Fui de caza. Maté un animal.
Te volviste a comunicar conmigo a través de esas dos líneas.
Sin comas, así, separadas con puntos.
Te pregunté qué animal fue.
Un ave. Dijiste
exactamente así.
Un ave y punto.

Pensé enseguida en su vuelo interrumpido,
en esa línea que dejó de trazarse sobre el cielo.
Las alas batiendo nubes
en un movimiento constante,
el aire entre las plumas.
El vaivén del arriba y abajo que de repente
se pliega.
Como esto.
Igual al punto que usás cuando me hablás de la muerte.

Te pregunté qué hiciste con ella,
no sé por qué.
Quizá porque quería saber cómo te sentiste 
al verla de cerca.
Si la miraste desangrarse en el pasto
o si te animaste a sentir su cuerpo tibio todavía.

La comí. Dijiste
y te vi capaz.
Te vi capaz de todo el ritual
del desplume, del trozado.
Vi el fuego arder para recibir la presa.
Todo como pequeños instantes...
una sucesión de puntos.

"No sé qué decirte", fueron las palabras
con las que dejamos de hablar.
La muerte de las cosas es así, ¿no?
El vuelo de un ave
una línea trazada por puntos
que se quiebra para ser ángulo,
noventa grados de caída libre, eso es.
Y tocar el suelo
con la sangre apagándose de a poco
en el silencio de eso
que no sabría decirte
aún hoy.



Incendio


No quería
que las palabras salieran
sin haberlas pensado.
Tenía miedo, tengo miedo
de lo que nunca puedo llegar
a decir del todo.
Es  como eso
de lo que quiero hablar
hace ya tres semanas:
el incendio en medio de la montaña.

Y es que el fuego
siempre me hizo pensar en el hogar,
una calidez que construye.
Pero ahí, el fuego
era otra cosa.

El humo en realidad, el recuerdo del humo
un gris helado apagándose entre los árboles
subiendo hasta  las nubes para perderse.
Un hogar que se consume,
que se transforma caliente
entre cenizas y el miedo
que llega desde allá
y trepa al pecho de a bocanadas.

Un incendio tiene el olor a lo que fue
olor a pérdida
como cuando me senté a descubrir
el aliento del río
que se desprendía
después de hacerse cascada,
el agua tiene el olor de donde pasa.
La retuve entre los dedos
era el pasto el cielo
las piedras los peces
el viento las hojas las algas.
Un instante duró, lo que tarda algo en irse
nada.

Y ahí, en ese rato que se queda
es donde quiero que vivas siempre:
el momento antes de volverte otra cosa
el minuto antes de la pérdida
el instante antes del miedo.

Ph: Alana Celii 


Lucía Vargas
Nació en Capital Federal (Buenos Aires, Argentina) el 1 de diciembre de 1987, pero creció en Caleta Olivia (Santa Cruz). Regresó a la ciudad para estudiar Letras y meterle pata a proyectos culturales en los que dejó energía y corazón durante casi diez años. Se recibió de licenciada y profesora, homologó los títulos, armó su mochila y se fue a recorrer latinoamérica en noviembre de 2015. Durante ese viaje, escribió un diario y algunos poemas que fueron publicados por Tyrannus Melancholicus Taller a fines de 2016 y reeditado a mediados de 2017. Además, tiene algunas publicaciones en antologías y medios digitales. Actualmente, vive en Colombia y ofrece talleres de escritura creativa.