miércoles, 7 de diciembre de 2016

(muchacha en la ventana de Dalí)
Quisiera un cuarto
amarrado al muelle
con ventana hacia el centro del mar.
Por las mañanas hundir la nariz en aire húmedo
escuchar el bullicio ceceante
del agua mansa
impregnada de luz,
perder el horizonte de bruma en la tarde
Unas cortinas translúcidas que el viento embolse
y rocen mi cara de tanto en tanto.
A lo lejos un velero y la ciudad a la que no pertenezco.
Un camisón cómodo a rayas azules
por si quiero morir de agotamiento.
Y por último un pañuelo de seda blanco
que siempre corra peligro de levantar vuelo.








(Pintor y modelo, de Lucien Freud)
Por dónde comenzar a mirar
sino por sus ojos.
Un dibujo apenas esbozado
cuelga en la pared descascarada.
Contra una esquina
el viejo diván de cuero marrón
ya no esconde sus llagas.
Grandes y rígidos botones
vuelven incómodo al cuerpo.
Él reposa allí, acostado a lo largo
desnudo, con las piernas abiertas
el sexo blando,
tieso y helado como un muerto.
Ella parece ausente pero está de pie
a tan solo unos pasos
Viste una túnica larga color sangre
empastada de manchas de óleo furiosas
de quién está apurado por terminar lo que empezó.
Sostiene con sus manos pulcras
el arma del pintor,
con la vergüenza indigna de cualquier asesino,
inmóvil, traga saliva.
Sus pies desalineados
pisan desparramando sobre el parquet
el pomo verde vejiga,
sin siquiera advertirlo.
Todo tiene su lugar para la pericia del espectador
como si fuera más fácil
observar la desnudez que estar desnudo.





Lucía Bellusci
Nació un viernes 15, de otoño en Buenos Aires. Tiene al planeta de lo profundo en el planeta de lo profundo. Curiosa e inquieta vive en búsqueda artística permanente, que es lo único que la mantiene a salvo. 

lunes, 31 de octubre de 2016

La senda


Tilo 

Estoy debajo del tilo,
aunque él todavía no,
yo sí,
en este banco de madera
donde los pies no llegan al suelo.

No es un lugar de paso.
Tampoco me instalo.
Si miro hacia la izquierda, por encima del hombro,
veo las últimas pitras,
o las primeras.
El camino es de ripio, con saponarias y chochos
algunos ya florecieron
hubo papas
la avena creció sin lluvia.

Desde el portón de la huerta me asomé
al lugar del tilo.
Pero el tilo no está. Tampoco el banco.
Hay unos pastos altos y unos surcos en la tierra.

Estoy donde él no está.

Ayer lo trajimos,
ahora espera bajo los chinchines.
Yo también espero.
Mientras, me siento a su sombra y escribo.
Le pregunto ¿cómo es vivir siempre en el mismo lugar?
No sabe, todavía no vive siempre en el mismo lugar.

¿Y si hubiese un tilo?
¿Y si hubiese un banco de madera?
Escribiría

¿Y si el árbol fuese y viniese?

Hoy no está
sólo hay un poco de avena cortada
y los topinambur contentos con la lluvia.
Por eso no escribo.

No es que no escriba
porque
los topinambur están contentos.
No escribo porque el tilo no está.

Si mis vecinas tuviesen uno,
¿escribirían?

Si entro por la tranquera
y voy hasta él
¿el tilo me querrá?
¿o tengo que estar bajo su sombra?



La senda

Esta vez
había
más flores, más pájaros
más nubes que nunca
había
amapolas
las de verdad
rojas
y otras
anaranjadas.

Alguien había dañado
los troncos
que hasta hacía poco
solo eran tallos.
El corte, una cuña
agresiva, que el árbol portaba,
de la que no se podía defender.
Otros florecían
rosas
apenas tres o cuatro
que caían en racimos.

Unos hombres cortaban el pasto
parejo.
Yo veía que las flores
algunas briznas de distintas hierbas,
todas con diferentes alturas,
pronto iban a desaparecer.

Pero había un lugar
donde  las piedras
hacían de sostén.
En su quietud
acompañaban y decían
florezcan, florezcan.





PH: Amancay Mansilla


María Canale: Vivo en El Bolsón. La escritura me ayuda a salir de casa, recorrer bares y viajar en tren. En el taller “El otro lado de las cosas” nació  “La Senda”, a ese libro pertenecen estos poemas.

viernes, 21 de octubre de 2016

Robles


En el jardín de mamá
están los robles
que planté
cuando vivíamos
en el barrio de viajantes.
Mamá se pasó un año en pijama
hasta que un día
se levantó,
hizo los bolsos,
y nos llevó a vivir a Pergamino.

Mis abuelos
se habían mudado
al quincho que reconstruyeron,
nosotras
nos instalamos
en su casa vieja

Había encontrado las bellotas
en el jardín de la casa
entre la dieciséis y la diecisiete
Hice una zanja
al costado del guayabero
acomodé las semillas
una por una

Los brotes, finitos
con algunas hojas
en forma de nube
forma de roble

Cuando nos mudamos
al barrio Las Marías
Mamá los llevó,
ahora crecen
abajo del molino

Cuando los trasplantaron
los pusieron muy cerca
se ven como enredaderas
como un solo árbol
de tres troncos
que se fusionan,
pero todavía son distintos

Siempre me da culpa
cuando los veo
Mis hijos que no supe cuidar,
darles su espacio
Ellos siguen en pie
a pesar de todo.



Dolores María Lussich


Escribo en: amoroceanico.blogspot.com y en losdiaslosoceanos.blogspot.com. Me gradué en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente estoy haciendo un doctorado en Filosofía y estudios de género entre Francia y Argentina.  Me gusta viajar: literal y metafóricamente. 

lunes, 26 de septiembre de 2016

The past recedes


¿Reconocés el concepto de no-lugar?,
en este colectivo de línea,
en este lugar de paso,
en el frío de este sol interno que espera una reacción.
Una abuela sube a la altura de la plaza y se dirige al cementerio,
con un arreglo de flores y un pañuelo en la mano,
se sienta en primera fila junto a una madre
que lleva su bebe dormido en brazos,
ninguna de ellas mira el paisaje, no necesitan mirarlo quizás.  
En la mitad del recorrido dos amantes se despiden en la calle,
y el beso resuena como el grito de una bestia.
Hay algo transparente en la palabra “creo”.
Ella en ese hombre se hace mujer,
he play with her back, her neck, her nipples,
only to find her feminine senses.
Todos es incongruencia,
las gotas que se disipan y acumulan en las ventanas,
la tibieza saliente de mi boca al exhalar,
el espejo roto que llevo en la mochila, 
el filo de la dulzura en el corte, la decepción. 
Hoy cada imagen es una señal.
Anoche soñé que era verano y yo celebraba
la tragedia de que todo es transición.



Don’t give up the fight

El pronóstico indica Córdoba 11 grados, chubascos,
7:27 am, resuena algún sueño y una frase de mi analista.
Regresa la pequeña luz imaginaria que sostiene la serie,
una palabra tras otra, que enuncio susurrándolas,
y cuando lo hago toco y dejo de tocar.
Creo que se trata de ser honesta.
Con el primer café siempre viene la evaluación de daños,
lo impostergable, but first coffe, fuerte, con 3 de azúcar.
Daniel Johnston a lo lejos , y yo muy adentro ,
cómo explicarte, no es que me de miedo la noche,
es que vivo con fantasmas.
De a poco separo las ideas a las que aún no me atrevo, 
un viajecito me invita mi amiga,
digo si tranqui, y al minuto hagamos una revuelta.
Me cuento secretos,
escucho mi propia voz y me tienta,
creo de nuevo la materia. 




Mariana Mamani

Soy Mariana Mamani nací en Jujuy pero habito en Córdoba, o mejor dicho ella me habita, hace ya algunos años. Tengo treintalargos, pero no me considero una adulta. De vez en cuando saco fotos, escribo, corro, y canto únicamente sola. A veces me gusta la vida que vivo. A veces salgo a la calle con la locura Cassius Clay puesta, directo a ganar, otras soy un constante tropiezo. Me salvan las mismas cosas casi siempre, los amigos, los libros, los encuentros, las heridas. Estoy convencida que al tiempo no solo lo marcan los hechos; todo o casi todo va quedando grabado en uno como una canción, y en partes del cuerpo como un aura que nunca se termina de volatilizar.

martes, 20 de septiembre de 2016

Tengo un mejor recuerdo del futuro

Muchacho se levanta de la mesa. Muchacho empuja su silla de una patada y grita mirando el pálido techo. No quiere pensar ni un segundo más. Padre planta firme una mano sobre la mesa y le ordena que se siente. Muchacho continúa. “No me jodas.” Padre mira a Madre. Madre exhala todo el aire que tomó del susto. “Hijo, sentate.” Hijo, o sea, Muchacho, se aleja. Bien lejos está, agarra un pañuelo azul que hay en la mesada. Un puño. Padre lo encara. “Hijo.” Y lo llama por su nombre y apellido. Madre mira adentro de los ojos de su hijo. Muchacho improvisa con el pañuelo un buen nudo de corbata. Mira a Padre, mira a Madre y hace caras de mortal, quiere esa foto de recuerdo: mira a uno y a otro y saca toda la lengua posible. Entra el perro de la casa. Suena un timbre. “No es el teléfono, es la puerta. Es para mí”, declara y se va. Perro lame las manos caídas del Padre. Le olfatea las puntas de los dedos, lo muerde sin lastimarlo. A Padre se le interrumpe el pensamiento con escenas de su propia infancia. “Cuando era chico yo.” Madre oye llaves. Portazo. Su corazón galopa. Acomoda la silla, toma el pañuelo anudado. Y desea más hijos como ése.



María Ferreyra. 
Nació en México en 1980, se crió en Avellaneda, vive en la Ciudad de Buenos Aires hace más de una década. En el año 2000 ganó el primer premio en un concurso de relatos auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación: recibió un cheque por mil patacones. Algo fuerte empezó en ese momento.
En los últimos años: participó de antologías; publicó en medios gráficos; hizo radio; y da talleres de narrativa.

"Mantenlo Prendido" forma parte de su primer libro de cuentos, aún inédito.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Primera vez

A principios de agosto del 2015, pasé 48 horas en París. Yo tenía que viajar a China por unas reuniones de trabajo, y decidí volar con Air France para encontrarme en la escala del vuelo de regreso con Sara y Gabriel, que estaban vacacionando largamente en París.

Llegué un viernes por la tarde y del aeropuerto tomé un taxi (un Mercedes negro, y negro el conductor) hasta el departamento que ellos compartían. Los abrazos del reencuentro, una ducha, y nos sentamos a ponernos al día con lo más urgente (aunque no había nada realmente urgente: recuerdo que me mostraron las variedades de tomate que habían comprado, las fotos de Patti Smith que decoraban las paredes, habremos brindado por el fin de semana que comenzaba). Y después salimos a caminar.

Por la mañana había llovido y ahora volvía a subir el calor húmedo del asfalto. Ya estaba decidido que el destino final de la caminata sería un restaurante de Le Marais donde ellos habían cenado un par de noches atrás, y que les había gustado. Cuando llegamos todavía había bastante luz (serían las seis o las siete de la tarde). La moza resultó tal como me la habían descripto: morocha de rulos, amable, nariz larga, cincuenta años, habla con mucha corrección el francés, y puede también chapucear en una mezcla de español e italiano. Pedimos un vino blanco, al rato unas entradas. La noche era perfecta y nos quedaríamos ahí sentados un rato largo. El olor a verano se nos hacía más intenso al pensar en la noche helada que estarían sufriendo nuestros amigos en Buenos Aires.

El restaurante estaba frente a una placita en la que había músicos tocando jazz y niños bailando. Y del otro lado, el hotel Pratic. Yo cada tanto me desentendía de la conversación y miraba el hotel, recordaba lo que había vivido ahí años atrás. Después llegaron las ensaladas con foie gras, los mejillones. Otra botella de vino. Se fue poniendo oscuro y se fueron alejando los músicos. Sara contó la anécdota del cine Cosmos, y nos reímos. Pero parte de mi cabeza estaba en otro lado, en una noche de noviembre de fines de los años noventa que tuvo algo de ceremonia, una noche lenta, recuerdo lentos mis movimientos al bajarle los pantalones, demorando para que no se acabe la felicidad, saboreándola toda.


Trajeron la cuenta y al levantarnos tomé a Gabriel y a Sara del brazo y los fui llevando para el lado del Pratic, ellos no entendían por qué. Me planté frente a la puerta para observarlo, tratando de recordar qué sentí al atravesar el umbral aquella madrugada, al pasar frente a la recepción con miedo de que nos detuvieran, que quisieran registrarme (yo no era huésped del hotel). Qué sentí al subir los tres pisos por la escalera de madera desvencijada, con urgencia, con esperanza. Sara estaba a mi derecha, Gabriel a mi izquierda, y se preguntarían qué me estaba pasando, el porqué de mi repentino interés en ese edificio tan poco interesante. “Acá me acosté por primera vez con un hombre”, les dije, y sacamos una foto.



Ph: Eduardo Lagreca

Eduardo Lagreca (Buenos Aires, 1973)
Me gusta cocinar, mirar mapas y cuidar de mi jardín. Vivo con un marido desde hace mucho, y con tres hijos desde hace poco que me hacen muy feliz. Tengo mala memoria pero varios amigos queridos alrededor que me recuerdan las anécdotas. Soy optimista.
Escribo con esfuerzo, si el resultado me deja conforme es casi seguro que hubo una infinidad de revisiones. Leo, en cambio, sin esfuerzo. 

lunes, 5 de septiembre de 2016

Valle adentro

Llegamos a paso Sandialito.
Los árboles, el río, las estrellas.
Pensé en hacer un fogón para quemar todo recuerdo
pero la naturaleza es la excusa y el elemento principal
la historia.



Quiero escuchar que dice el río
pero no se puede pasar al otro lado
me quedo en esta orilla mirándolo.
La luz se guarda en las raíces
y el fogón se apaga en minutos.


Todo se retira,
la ceremonia también.


Lo encuentro a Gonzales
en su Peugeot destartalado,
renguea más que antes y me sonríe con recelo.
Dice que justo iba a ver la casa, que casualidad
seguro vio el humo del fogón desde el cerro.
Me cuenta de las vacas y el puma
esta se me mosqueo, la otra apareció en el corral de los montero.
Dice que soñó con las cuatro que se habían metido al monte
volvían solitas y ya estaban pastando donde la mora.
A la mañana enfila para el cerro con el sobrino para traerlas de vuelta
y las encuentra donde la mora.

Casualidad.

Dice que tiene que levantar los alambrados
para que no se escapen
"nadie mantiene sus cercos”
es un trabajo arduo,
me pregunto que son para él las vacas,
que significa la mora
porque a mí ni siquiera la noche me dice algo.
Pienso en nosotros
tratando de que el amor construya un dique.

Valle adentro
la helada se ve en los pastitos que sobreviven
a que nadie los nombre.


Ph: Nohelí Gardon.
Nohelí Gardon

Mi nombre es Noheli , nací en Chaco y aunque me trasplantaron de muy chiquita, mis raíces siguen ahí.
Empece a escribir como una forma de reconstruir mi realidad , ahora no estoy segura de que significa eso pero lo sigo haciendo.
Leer me hace feliz ,también la noche, los encuentros , los animales, la poesía .

Ausencia

I
El pelo todavía desordenado, el cuerpo flojo y el gesto raro del coma en la cara, recién rota. El choque seguía fresco en tu cuerpo, Pajarita. Y tenías cara de nada, como nunca. Por la boca abierta se metía un tubo verde que te hacía respirar una determinada cantidad de aire en una frecuencia constante, como si no fueras un alma rebelde. II No sé si estoy dormida, flotando o cayendo, si me quede sorda en algún momento. Y de vos no sé nada. Te encuentro en sueños viva y muerta, entre los perros.



(De la serie del mar)


Me acerco al Lobo de mar,
a su piel de espejo,
trepo y salto  las piedras
mirandolo a los ojos.
Negros, redondos,
lunares.
En un punto
me detengo
muerta de miedo:
el impulso
 no es hacia delante,
es hacia adentro.
Mi cuerpo
ya no puede moverse,
en vez, se llena de calor.

***

Me quedé
eternamente quieta.
Sólo mis uñas
crecieron.
Ahora son
imperceptiblemente
más largas.

*** 
Vivo
dentro
del Lobo.
Dentro y fuera
del Lobo.
No es como hacer equilibrio,
es como si el instante en que me caigo
de un lado o del otro
nunca llegara.
El vértigo
me mantiene
unida a sus ojos,
como una telaraña
que se tensa y se vence
al mismo tiempo.






PH: Delfina Forster


Olivia Milberg

Mi nombre es Olivia, nací en 1992 en Argentina, CABA. 

Desde niña me d​ediqué a mi voz, cantan​d​o, sonando. 
Una noche se rompieron algunos de los huesos de mi pierna derecha, entre otras cosas. 
Desde la aparente quietud del reposo, empece a moverme por el terreno de la escritura. 
Mi voz ganó, desde entonces, una nueva dimensión que complementa (nunca completa) mi propia educación. 

miércoles, 31 de agosto de 2016

Lunes

Primer lunes

Estaba juntando ropa
para mandar a lavar
y lo vi,
tirado en el piso
una rotura en la entrepierna
de base negra
y mugre como copos cenicientos.
Decidí tirarlo
pero cambié de idea
porque necesito trapos
así que lo rompí
con las manos primero
una tijera después.
Lo hice mierda.
Ese jogging
me lo había regalado
papá
me quedaba inmenso
pero a mí me gustaba
porque era negro
y tenía cierres
en los bolsillos.
Cuando recordé eso
me pasó lo mismo
que al nacer,
lloré
porque quizás
ya de bebé lo intuía
pero recién ahora
termino de entender
tal vez
me nombró
Carla
(la que es fuerte)
como en un acto fallido
conjurando
en el instante
de mi nacimiento
su propia ausencia.



Segundo lunes


Estuve con papá
menos de tres minutos
cuando cerré la puerta
tuve la misma sensación
que en ese momento
al despedirme
de una ex.
Si hasta lo vi más lindo
y menos peligroso
que siempre.



Cuarto lunes

Cuando era chica
si mi hermano
o yo
queríamos que nos comprara algo
papá lo hacía
y después
cuando le contábamos a mamá
él nos decía a los tres
soy el sponsor.



Carla Lucía Francolini

Nací en Buenos Aires pero nunca me sentí de ahí porque me crié en el interior. Tengo un año menos que treinta y soy muy pisciana, me gusta el viento y el agua en todas sus formas. No estudié nada. Me gusta jugar, también con las palabras. En general disfruto del silencio tanto como de escuchar a los otros.



Ph: When Kobayashi Kiyochika (1847–1915)


martes, 19 de julio de 2016

Colección de gestos

el diablo está en los detalles


ayer en la ducha
me entró jabón en los ojos
me resfregué
y ese gesto me trasladó al pasado
20 años atrás

me sentí en un cuerpo de yo-niña
una niña que se baña y es torpe
era la misma que hace 20 años
luchando con el jabón
como si nada hubiese cambiado
como si la repetición del gesto dijera que
 el tiempo no ha sucedido

el gesto contiene pasado

...........................
en el libro Formas de volver a casa de Alejandro Zambra
el protagonista se reencuentra con su ex mujer luego de un tiempo de separación
allí le descubre un "gesto nuevo"
y eso lo horroriza
¿de dónde lo sacó? ¿a quién se lo copió?
confabulaciones sobre la contaminación del rostro
ahí es que sucede el extrañamiento
ese rostro que uno conoce de memoria
de pronto,
se transforma en otro

mediante un gesto nuevo, el rostro, se vuelve extraño

………….

¿cómo nace un gesto?
por imitación?
y si fuera así
¿cómo es que yo pueda tener un gesto de mi padre a quién prácticamente no conocí?
¿y él de dónde sacó ese gesto que ahora es (también) mío?
¿cuántos de mis antepasados lo hicieron?
somos hablados por el lenguaje, dice Althusser (mezclando Marx y Lacan)
somos hablados por los gestos,
los gestos son una de las formas de la herencia.
...................................

cuando le pregunto a Seba qué le gusta de mi
me dice que ciertos gestos
pero que no me va a decir cuales
porque no quiere que los reprima o los actúe
......................
si clasificara los gestos habría un ítem para:
los gestos de retener
...............
Kundera en su libro La inmortalidad
crea al personaje de Agnes a partir de un gesto que vio en una mujer desconocida
y concluye que "el gesto es más individual que el individuo"
que hay muchas gentes, pocos gestos
y que "no hay un individuo que sea capaz de crear un gesto totalmente original
y que sólo a él le corresponda"

el gesto es (también) social
.............
cuando saco fotos salen mejor quienes no gesticulan demasiado
pero en video es al revés.
cuando filmo
es muy evidente:
los gestos son movimientos

.......................
son las 7 de la mañana
es invierno y hace frio
un señor se mira reflejado en el vidrio de la ventanilla del bondi
se mira y se sonríe
luego se mira serio
actúa
practica gestos
ensaya caras

sólo los actores ensayan gestos
nosotros en cambio
somos rehenes de ellos.
...................
el otro día me di cuenta que ya puedo predecir algunos de sus  gestos
ya los conozco y sé cuando se avecinan

¿no es eso, acaso, síntoma de la intimidad?


Maia Gattás Vargas
1986 (tigre de fuego)
Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y Doctoranda en Arte Contemporáneo Latinoamericano (UNLP)
investiga como becaria de Conicet sobre la representación de la Patagonia en cine y fotografía

forma parte del colectivo artístico/político Palestina monamur.