domingo, 7 de mayo de 2017

Agua

Hoy es 11 de Marzo de 1951, y estamos en un pueblo de la Patagonia argentina. Más precisamente, Río Colorado, a 170km de Bahía Blanca.
Hay una pequeña casa, perdiéndose en el campo. La puerta de entrada es de color rojo anaranjado, aunque la pintura está bastante gastada por el tiempo.
Es una mañana soleada y ventosa. En realidad, el viento no dio tregua durante los últimos días, y anoche particularmente parecía  que se venía el fin del mundo.
Ahora, a la luz del sol, las cosas parecen ser otras cosas.
En la habitación hay una cama matrimonial, dos mesas de luz, un ropero medio abierto, un mueble sobre el cual hay dispuestos varios frasquitos y botellas, junto a un jarrón con un ramo de rosas blancas. Una ventana con cortinas floreadas, una alfombra de lana gruesa, un espejo, una pequeña mesita de tres patas sobre la que hay una pipa y un caballo negro de porcelana. Junto a la cama también hay dos sillas. Pero no son de esta habitación, las trajeron anoche del comedor. Y un poco más allá, un bollo de sábanas sucias.
Ahora un hombre entra a la habitación. Le acerca un vaso de agua a ella, a la mujer que está acostada en la cama. Ambos sonríen. Le da un beso. A ella, y también a él, que está en sus brazos.
El hombre sale de la habitación. Sale de la casa.  Y lo vemos irse caminando lentamente.
Si estos últimos segundos que acaban de pasar fueran años, él ahora estaría por cumplir 11.
Sale de la casa, junto a su padre y sus dos hermanos. Atrás queda su madre, con su hermanita en brazos, y los saluda desde la ventana. Toman un sendero que se abre entre los pastizales. Caminan en silencio, cada tanto alguna risa, tres perros los siguen y entre todos forman una especie de manada.
Caminan unos 15, 20 minutos. El sendero se pierde en la orilla del río. Su padre sigue camino, vendrá más tarde a buscarlos.
Él puede ver cada gota de agua, cada hoja que se mueve con el viento. Puede escuchar todos los ruidos. Incluso los ruidos de las cosas que no hacen ruidos. En un instante, se congela una imagen perfecta que sin embargo no está quieta. Algo explota adentro suyo, piensa que este es el momento más feliz de su vida. Se siente poderoso, se siente inmenso.

Los perros entran y salen del agua. Una y otra vez. Nadan, ladran, se sacuden, vuelven a entrar. Una y otra vez. Entran al agua, chapotean, salen, se sacuden. una y otra vez. Entran, salen.





Facundo Arrimada
Soy Facundo Adrián Arrimada y nací en Bahía Blanca. Me gusta moverme entre las cosas y que las cosas se muevan. Observar lo que pasa, ver cómo se va tejiendo todo. Ya casi tengo 30, estudié psicología y danza contemporánea. Quiero seguir compartiendo viajes, ver un paisaje nuevo cada día.

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